La inflamación, un mecanismo biológico ancestral, desempeña un papel crucial en nuestra salud y bienestar. Es un proceso fisiológico positivo en sí mismo, necesario para defender al organismo de agentes patógenos e infecciones, y para reparar los tejidos dañados.
La respuesta inflamatoria aguda que se observa tras un evento lesivo es fundamental para el proceso de curación; sin embargo, para ser eficaz y no perjudicial, dicha respuesta debe ser de corta duración. Si la acción de defensa no se resuelve en un breve periodo de tiempo, la inflamación no “se apaga” y permanece como una condición crónica, dañando al organismo.
Múltiples factores como el consumo repetido de ciertos alimentos, el estrés, la contaminación, el tabaco, los desequilibrios alimentarios, las infecciones virales crónicas y el abuso de medicamentos pueden desencadenar o mantener un proceso inflamatorio, generando una condición de inflamación crónica y persistente que está en la base de diversas patologías, como el síndrome metabólico, la esteatosis/esteatohepatitis no alcohólica (NAFLD-NASH), la diabetes mellitus tipo 2 (DMT2), las enfermedades cardiovasculares y la neuroinflamación.
En muchos casos, los síntomas de la inflamación crónica pueden afectar a diferentes órganos, sistemas y aparatos, manifestándose con síntomas y trastornos muy diversos entre sí, y que a veces es difícil atribuir a una patología específica.
Una mala alimentación tiene un papel crucial en mantener viva la inflamación y en hacerla persistente, y el consumo repetido de ciertos alimentos, junto con un desequilibrio en la distribución de los macronutrientes, puede contribuir a la inflamación sistémica. Por eso, un enfoque personalizado de la dieta es una herramienta eficaz para modular la inflamación y mejorar la salud.
Las diferentes formas de inflamación provocadas por los alimentos
En el ámbito de la inflamación alimentaria, se distinguen principalmente dos formas de inflamación, cada una con sus propias características e impactos en la salud. Estas diferentes formas de inflamación por alimentos, aunque son distintas, interactúan entre sí, amplificando los efectos negativos en nuestro organismo.
La inflamación por azúcares
Está relacionada con el consumo excesivo de azúcares, carbohidratos refinados y sustancias metabólicamente afines, como edulcorantes y alcohol.
La alta variabilidad glucémica y las fluctuaciones excesivas de los niveles de glucosa en sangre, que también dependen de la forma en que se estructuran las comidas, pueden causar daños irreversibles a estructuras proteicas y celulares. Este fenómeno, conocido como glicación, es responsable de un aumento en la producción de radicales libres y de una serie de reacciones inflamatorias y/o similares a alergias, que provocan diversos síntomas y trastornos, incluso graves.
Para contrarrestar precozmente los daños por azúcar, se ha desarrollado una prueba innovadora, el Glyco Test, que mide dos biomarcadores, la Albúmina Glicada (GA%) y el Metilglioxal (MGO), útiles para intervenir de manera oportuna y monitorear síntomas y trastornos relacionados con los azúcares, como el dismetabolismo lipídico, glucídico y la resistencia a la insulina, que pueden evolucionar hacia verdaderas patologías como la diabetes, la esteatosis hepática, el sobrepeso y la obesidad, solo por mencionar algunas.
La inflamación por alimentos
Está correlacionada con la ingesta excesiva o repetida de uno o más grupos alimentarios, lo que puede estimular la producción de inmunoglobulinas G específicas y la liberación de citoquinas inflamatorias.
La inflamación de bajo grado es medible a través del Recaller Test mediante el conocimiento de los niveles de dos citoquinas inflamatorias específicas: BAFF (Factor activador de células B) y PAF (Factor activador de plaquetas).
La inflamación es el mínimo común denominador de una multitud de síntomas y patologías de base inflamatoria, como el síndrome del intestino irritable, las enfermedades inflamatorias intestinales, las enfermedades autoinmunes, entre otras.
El test Recaller ha sido desarrollada para medir el nivel de inflamación presente en el organismo e identificar el perfil alimentario personal, es decir, determinar qué Grupos Alimentarios deben ser reducidos en consumo y frecuencia semanal. Esta herramienta puede ayudar a personalizar las recomendaciones nutricionales y fomentar un enfoque terapéutico centrado en el paciente y orientado al control de la inflamación.
Una investigación publicada en Nutrients ha confirmado la importancia de las inmunoglobulinas G específicas de los alimentos en la determinación de los principales grupos alimentarios para la población europea, proporcionando así un apoyo científico adicional a este enfoque personalizado.
Los genes no son tu destino, pero conocerlos es útil
Nuestro ADN encierra el patrimonio genético heredado de nuestros antepasados y está en constante diálogo con el entorno que nos rodea. Este diálogo puede influir en nuestras predisposiciones genéticas a través de modificaciones bioquímicas inducidas por factores como la actividad física y los hábitos alimentarios. El concepto de epigenética sugiere que podemos influir en la expresión de nuestros genes, y por lo tanto en nuestro destino de salud, mediante elecciones de estilo de vida, incluida la alimentación.
Identificar una predisposición genética hacia condiciones como la obesidad, la diabetes o la esteatosis hepática no significa una condena a desarrollar la enfermedad, sino más bien un aumento del riesgo de padecerla. Sin embargo, esta conciencia puede ser un motor poderoso para adoptar un enfoque proactivo y preventivo hacia la salud. Utilizando esta información genética como guía, es posible adaptar de manera específica los hábitos alimentarios y el estilo de vida para mitigar los riesgos asociados con estas predisposiciones.
Un estudio publicado en el British Medical Journal en 2018 destacó que las personas con predisposición genética a la obesidad obtienen mayores beneficios de intervenciones dietéticas específicas. Esto subraya aún más la importancia de conocer el propio patrimonio genético y utilizarlo como guía para adoptar decisiones alimentarias y conductuales que promuevan la salud y el bienestar a largo plazo.
Inflamación y nutrición: una constante interacción entre salud y enfermedad
A lo largo de la vida, cada uno de nosotros experimenta fenómenos inflamatorios que varían en sintomatología y duración. Afortunadamente, hoy en día podemos medir la inflamación de manera sencilla, tal como se mide la fiebre con un termómetro. Conocer los niveles de inflamación, incluidos aquellos relacionados con los alimentos, es fundamental para establecer y restaurar el equilibrio inmunológico.
Es importante actuar simultáneamente sobre todas las posibles causas de la inflamación en muchas patologías y síntomas inflamatorios, teniendo en cuenta también la predisposición genética individual. En muchas enfermedades, la inflamación relacionada con el consumo diario o excesivamente repetido de ciertos grupos alimentarios juega un papel significativo y debe abordarse junto con la inflamación derivada del consumo excesivo de azúcares y sustancias afines.
Una amplia gama de trastornos y enfermedades puede estar relacionada con la inflamación provocada por alimentos y azúcares, afectando a diversos sistemas y órganos:
Trastornos metabólicos y hormonales, entre ellos la diabetes, formas de hipoglucemia, dificultades para perder peso, obesidad, problemas relacionados con la resistencia a la insulina, síndrome de ovario poliquístico (SOP), alteraciones del colesterol y triglicéridos, que junto con la hiperuricemia, son características comunes del síndrome metabólico.
Inflamación de las mucosas que incluye todas las formas de candidiasis, vaginitis y cistitis recurrentes, gingivitis, pulpitis y aftas recurrentes (área típica en la que actúan tanto la inflamación por alimentos como por azúcares), tendencia al desarrollo de caries y todo el conjunto de patologías oculares como conjuntivitis inexplicadas, queratitis o blefaritis. Lo mismo ocurre con las sinusitis sin causa aparente.
Autoinmunidad y artritis: se trata de enfermedades en las que la acción de citoquinas inflamatorias, como el BAFF, puede ser ya de por sí una causa, pero la sintomatología podría verse exacerbada también por una inflamación subyacente relacionada con el consumo de azúcar. Este grupo de enfermedades incluye todas las tiroiditis (incluidas las de Hashimoto y de Basedow), enfermedades autoinmunes como el lupus, la esclerodermia y las enfermedades indiferenciadas del tejido conectivo, varias formas de artritis (reumatoide, psoriásica y reactiva), la artritis inflamatoria, la fibromialgia. Las manifestaciones autoinmunes también incluyen la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa.
Trastornos de las vías respiratorias relacionados con la alergia o la inflamación: Este grupo de trastornos incluye la roncopatía (es decir, el ronquido), la rinitis, el asma, la tos crónica sin causa aparente y las infecciones recurrentes.
Apoyo para controlar los efectos de la quimioterapia: numerosas evidencias demuestran que una dieta antiinflamatoria, eventualmente combinada con el ayuno corto, puede ser útil para ayudar al organismo a sobrellevar mejor la quimioterapia, reduciendo sus efectos secundarios y aumentando su eficacia.
Las evidencias científicas que confirman el estrecho vínculo entre la inflamación y diversas enfermedades aumentan constantemente. Los cambios en el estilo de vida, incluidas las elecciones alimentarias, suelen ser la primera intervención recomendada en muchas guías internacionales para el tratamiento de estas patologías.
Además, es importante considerar que no solo las enfermedades pueden beneficiarse de un enfoque personalizado en la nutrición, sino también situaciones no patológicas.
Embarazo: altos niveles de inflamación detectables por BAFF durante el primer trimestre de embarazo pueden indicar ya el desarrollo de hipertensión relacionada con el embarazo en el tercer trimestre. Además, medir los biomarcadores de la glicación en el primer trimestre también puede permitir una evaluación temprana de la diabetes gestacional.
Deporte y rendimiento atlético: los atletas de élite y amateurs pueden obtener importantes beneficios del estudio de la inflamación relacionada con los azúcares y los alimentos. La práctica clínica muestra una reducción de las lesiones no traumáticas, así como una mejora en el rendimiento y la capacidad de soportar cargas de entrenamiento más altas.
Sobrepeso y obesidad: en las personas obesas y con sobrepeso, la citoquina BAFF está estrechamente relacionada con la resistencia a la insulina, ya que facilita el acúmulo de grasa. Además, los altos niveles de Metilglioxal (MGO) reflejan la presencia de fluctuaciones excesivas de azúcar debido a la ingesta de glucosa, fructosa o edulcorantes, que también favorecen el aumento de peso.
Excesiva delgadez: al igual que el sobrepeso, la excesiva delgadez es un factor de riesgo para muchas enfermedades. A veces puede deberse a un malabsorción a nivel intestinal, lo que se traduce en una asimilación insuficiente de nutrientes. Este aspecto es bastante frecuente cuando hay una inflamación del tracto digestivo, que puede ser modulada a través de una dieta personalizada.
Rendimiento cognitivo: todos deberían seguir una dieta personalizada durante períodos de intensa actividad laboral, en previsión de exámenes o en momentos de gran esfuerzo cognitivo. Las mismas condiciones nutricionales que mejoran el rendimiento muscular también facilitan el correcto funcionamiento del sistema nervioso, optimizando la concentración, el esfuerzo y la atención mental.
Reducir la velocidad de envejecimiento: la inflamación produce especies reactivas de oxígeno (ROS) que contribuyen significativamente al endurecimiento de las fibras elásticas, a la esclerosis de los tejidos y al envejecimiento general del cuerpo. El control de las diferentes formas de inflamación puede ralentizar los signos del envejecimiento y los trastornos relacionados con la edad.
Principios nutricionales generales
El “Plato para Comer Saludable” propuesto por la Escuela de Salud Pública de Harvard en 2011 enfatiza la importancia de las proteínas y la elección de cereales integrales en lugar de refinados, sin centrarse en el conteo calórico. Estas directrices son cruciales, pero por sí solas no garantizan el bienestar óptimo. Es esencial integrarlas con una dieta personalizada que considere la variabilidad individual, la genética y el estilo de vida.
Los estímulos inflamatorios pueden derivar del consumo repetido de ciertos alimentos o del uso diario de diferentes tipos de azúcares (fructosa, glucosa, polioles o alcohol, que siguen las mismas vías metabólicas). A su vez, la inflamación, también relacionada con la comida, puede inducir y mantener diversas enfermedades. A veces, este fenómeno ocurre de manera subclínica, sin síntomas evidentes.
Por ejemplo, las personas con una sensibilidad alterada a los azúcares pueden manifestar efectos inflamatorios como fatiga o alteraciones del sueño debido a un exceso individual de fructosa (un azúcar que también se encuentra en la fruta).
Medir y conocer estos aspectos, que difieren de persona a persona, permite a médicos y profesionales de la salud gestionar de manera consciente y científica el enfoque nutricional más adecuado.
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