PAF es la abreviatura de Platelet Activating Factor (Factor Activador de Plaquetas); este término se refiere a un grupo de moléculas que presentan interesantes efectos biológicos relacionados con diversos aspectos inflamatorios.
El nombre PAF se debe al hecho de que esta molécula, cuando fue descubierta (en los años 70), estaba involucrada en la liberación de plaquetas y en el inicio de la coagulación.
Posteriormente, se descubrió que el PAF es liberado por las células del sistema inmunitario en respuesta a diferentes estímulos. Uno de los roles principales del PAF es mediar la respuesta inflamatoria.
Inflamación: un arma de doble filo
La inflamación es un proceso fisiológico que, por sí mismo, es absolutamente protector y necesario, imprescindible para llevar a cabo la reparación de los tejidos o la defensa del organismo contra un agente patógeno externo.
Un PAF elevado, al igual que un BAFF elevado, nunca es una señal de enfermedad, sino de un estado inflamatorio activo que “avisa” al organismo.
Se necesita de un proceso inflamatorio y la activación del sistema inmunitario para combatir una infección o “cerrar” una herida.
El proceso inflamatorio, sin embargo, tiene un papel “dual”: por un breve periodo cumple una función claramente protectora, pero si se prolonga demasiado, resulta extremadamente dañino para el organismo.
Si el proceso inflamatorio no se apaga una vez concluida la batalla, la inflamación crónica y persistente (también mediada por el PAF) puede convertirse en la causa de numerosos trastornos y patologías graves.
Se estima que el estilo de vida y la alimentación pueden contribuir hasta el 95% de las enfermedades crónicas-degenerativas conocidas, mientras que solo el 5% de estas enfermedades se determina por factores genéticos.
Aunque cada individuo puede heredar una mayor susceptibilidad genética, el estilo de vida y su calidad (sueño, estrés, tabaquismo, contaminación ambiental, deporte y alimentación) pueden influir directamente en las respuestas inflamatorias y determinar la aparición de verdaderas patologías.
Diabetes, obesidad, esteatosis hepática, tumores, síndrome metabólico y enfermedades cardiovasculares, solo por citar algunas, son todas enfermedades fuertemente influenciadas por el estilo de vida y la alimentación.
Dado que el PAF desempeña un papel tan importante como mediador de la inflamación, su exceso se ha correlacionado con muchas de estas enfermedades crónicas-degenerativas, con la progresión tumoral y con desproporcionadas respuestas alérgicas, incluso anafilácticas.
El tiempo, el espacio y la cantidad de PAF juegan, por lo tanto, un papel importante en determinar si el efecto es desfavorable y dañino o positivo.
PAF alto: cuándo preocuparse
Un PAF elevado, al igual que un BAFF elevado, nunca es una señal de enfermedad, sino de un estado inflamatorio en curso que “alerta” al organismo.
La percepción de un estado de salud no óptimo prolongado en el tiempo y niveles elevados de PAF y/o BAFF definitivamente obligan a revisar el estilo de vida y la alimentación; en caso de síntomas duraderos y persistentes, puede ser necesario también un análisis médico más profundo.
Una dieta personalizada, variada y equilibrada, basada en el modelo alimentario mediterráneo, representa sin duda una excelente herramienta para apoyar al organismo en la prevención y regulación de las respuestas inflamatorias.
El test PerMè o el test Recaller permiten medir diversos moduladores de la inflamación, entre ellos PAF y BAFF.
Una desregulación de estos marcadores obliga a una cuidadosa reanálisis de nuestro estilo de vida y alimentación, la primera herramienta a través de la cual es posible intervenir para ganar años de vida en buena salud.
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