En la base de las patologías autoinmunes (como por ejemplo la tiroiditis de Hashimoto, la artritis reumatoide, el síndrome de Sjögren, el lupus eritematoso sistémico, algunas formas de conectivopatías, la enfermedad de Crohn, etc.) está un reconocimiento incorrecto por parte del sistema inmunitario de los tejidos u órganos de nuestro propio organismo.
Las células del sistema inmunitario se “confunden” y “atacan” tejidos sanos, generando una respuesta inflamatoria crónica.
Aunque puede haber diferentes factores en el origen de las enfermedades autoinmunes, el denominador común que a menudo está presente en el organismo es el proceso inflamatorio que se mantiene por sí mismo y se vuelve crónico.
Se estima que las enfermedades autoinmunes, en conjunto, afectan al 3% de la población, lo que en Italia representa más de un millón y medio de personas.
Colectivamente, todas las enfermedades autoinmunes representan una carga considerable para el sistema de salud pública. De hecho, hay muchos pacientes con enfermedades autoinmunes que requieren atención médica durante décadas.
A veces, una patología autoinmune también puede tener una causa hereditaria o una predisposición genética, que puede evolucionar hacia la enfermedad tras eventos desencadenantes como el estrés excesivo, la exposición a medicamentos o agentes bacterianos o virales, una alimentación desequilibrada o la exposición al humo del cigarrillo.
En términos de prevención, conocer la presencia o ausencia de una posible predisposición genética puede ser de gran ayuda para una mayor conciencia y una visión más completa.
Un estudio multicéntrico e internacional firmado por la investigadora italiana Maristella Steri y publicado en el New England Journal of Medicine ha destacado cómo una alteración en el gen TNFSF13B (llamada BAFF-var) está asociada a un mayor riesgo (aproximadamente 1,5 veces mayor) de desarrollar enfermedades autoinmunes.
En particular, BAFF-var provoca un aumento significativo de los niveles del B-cell Activating Factor (BAFF), una sustancia inflamatoria que, a su vez, mantiene al sistema inmunitario “demasiado activo”.
BAFF es una citoquina, es decir, una proteína que el organismo libera y que actúa como un indicador de procesos inflamatorios sistémicos.
La relación de BAFF con la alimentación es sin duda importante y bien documentada. La repetición sistemática del mismo estímulo alimentario conlleva, en sí misma, un aumento en la producción de BAFF.
Por este motivo, conocer qué alimentos se consumen en exceso y modularlos durante un período que también depende de la propia predisposición genética puede ser una estrategia innovadora para controlar incluso algunos genes heredados “menos favorables”.
El test PerMè, el test Recaller y los tests de Screening permiten analizar la posible predisposición genética al desarrollo de enfermedades autoinmunes.
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